Goma de borrar
Escrito por Comisión 50 aniversario,
lunes 31 de enero de 2011 , 16:03 hs
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en 50 Aniversario
Este texto se publicó en los Cuadernos de Mangana hace ahora ocho años para celebrar el día del maestro. Pocas cosas han cambiado en mi recuerdo desde entonces salvo la ausencia de mi padre tan ligado al colegio y del que no puedo hablar sin emocionarme. Quisiera agradecer a todos mis maestros -que fueron todos fuera y dentro de las clases- su entrega, su cariño y su gran profesionalidad.
GOMA DE BORRAR
Mi primer recuerdo de la escuela es el olor. Ese olor tan particular a goma de borrar y a mina de lapicero. Aquello de sacar punta al lápiz, a las pinturas y a lo que se presentara llegaba a ser un vicio... dar vueltas y más vueltas hasta hacerlo chiquitito.
Acudí al colegio muy pequeña -en realidad ya iba antes de nacer, en mi madre-. Quizá porque así quedaba en casa uno menos para dar guerra a la abuela. Pero iba contenta porque iba en familia, con mis padres y mis hermanos mayores. Pronto aprendí a leer -gran descubrimiento- y recuerdo que me pasaron de párvulos al curso siguiente en poco tiempo y me regalaron como premio una goma de borrar blanca MILÁN, enorme entonces para mí.
No tuve nombre allí hasta muy tarde; excepto para doña Pili, mi maestra, que me llamaba "Maritere". Para el resto era "la hija del director" o de doña Paulita, mi madre. Mis cuatro hermanos son varones y sí tuvieron sus nombres en el colegio. Yo no, hasta que crecí.
Me gustaba llegar al final del verano y preparar con emoción las cosas del colegio. Colocar las pinturas Alpino en el estuche -con suerte de dos pisos-, poner el nombre en los cuadernos y tenerlo todo dispuesto para empezar de nuevo. ¡Qué largos eran los cursos entonces! Estar en tercero de Primaria no duraba un curso, sino mucho más. ¡Cómo se estiraban las horas! Las tardes cosiendo, con el sol entrando por las ventanas; las frías mañanas con nieve en el patio; los ensayos de los villancicos; y en primavera ramos de lilas y poesías a la Virgen. ¡Qué inmenso era el tiempo!
Sueño a veces con mi colegio y no sé si lo que sueño es verdad, son recuerdos o me lo invento. La frontera entre la memoria y la ficción es tan borrosa que me confunde. Había en el colegio un gran desván con ojos de buey donde se guardaban los mapas, las bolas del mundo, las cabezas de loza de los chinitos del Domund, mesas, encerados viejos, colchonetas verdes... y yo paseo entre haces de luz de polvo por aquel lugar, y estoy contenta. Creo que fui feliz en el colegio y creo también que eso es fundamental, porque muchas cosas habré olvidado de las que allí aprendí, pero todavía hoy cuando huelo ese olor a goma de borrar me siento bien y sonrío.
María Teresa Cillanueva de Santos.
IES "Fernando Zóbel", Cuenca.
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