Homenaje al maestro
Escrito por Comisión 50 aniversario,
jueves 27 de enero de 2011 , 00:14 hs
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en 50 Aniversario
Os dejamos dos artículos sobre un mismo tema; el primero nos lo ha enviado Miguel Ángel Cillanueva de Santos, alumno del colegio Calvo Sotelo, hijo de maestro e hijo de uno de los directores del mismo. Una visión personal con la que ha querido contribuir a la celebración del 50 aniversario. Se lo agradecemos, como a todas las personas que están compartiendo sus vivencias y recuerdos en este espacio.
El segundo artículo, del profesor José A. Marina.
MI COLEGIO, EL "CALVO-SOTELO", MI PADRE, DON FIDEL.
Ante la insistencia de mi madre (doña Paulita, quien también merecería un escrito que recordara sus muchos años como maestra en el colegio) trato de vencer el miedo que hoy me provoca recuperar la memoria del Calvo-Sotelo e intento volver a perderme por sus clases, pasillos y patios que tantas veces recorrí y donde empecé a construirme como persona. Las palabras no fluyen con soltura pues resulta muy difícil separar el recuerdo del sentimiento, el dolor todavía reciente por su ausencia de la sonrisa inmediata que surge al rememorar aquellos años que pasé allí...porque para mí el colegio era él y él era mi padre, don Fidel.
Como explicaros que me resulta imposible pasar por la puerta del Colegio sin recodarle a él abriéndola (o cerrándola) pues pasaba allí más horas que en casa o, mejor, porque aquella era como la continuación de su casa, pues así era su entrega y su compromiso con una profesión que para él siempre fue vocación y devoción.
En mis primeros años, como parvulito, tal era mi identificación entre el colegio y mi padre que en mi ideario infantil el Calvo-Sotelo era "MI" colegio en el sentido más posesivo de la expresión. Recorrer sus estancias, subir al Salón de Actos o pasarme por la cocina, o bajar a sus sótanos, todo era un juego interminable; también era encontrarse ante un mosaico de personas que me entregaban su afecto inmediato (maestros, conserjes, cocineras,...) y que hacían que me sintiera alguien especial y afortunado por ser su hijo; hasta los infinitos objetos que contenían esas instancias me provocaban un universo inabarcable de posibles aventuras que podían ir desde una bola del mundo abandonada en un rincón del trastero, a una multicopista que manchaba en cuanto la mirabas o unas galletas con mermelada en la cocina...
En la primera etapa de la EGB disfruté del ejercicio de la docencia de verdaderas instituciones como don Pedro, don Luis o don Ignacio, de los que tengo un recuerdo inmejorable a pesar de que su nivel de exigencia con nosotros, sus pupilos, fuera muy alto (algo inimaginable hoy en día donde la exigencia ha sido desterrada hace tiempo de las aulas donde también ahora yo ejerzo mi profesión) y fue entonces cuando empecé a sentir el "peso" que conllevaba ser su hijo pues mis resultados debían estar en concordancia con lo esperado no del "hijo del director" sino del "hijo de don Fidel" pues él para muchos de sus compañeros que así me lo confesaron con el paso de los años, Fidel era algo más que su director; en Fidel, a su valía personal y su compromiso profesional, había que sumar su propia construcción personal: huérfano de guerra tuvo que ingresar en la Residencia de Estudiantes y trabajar desde muy joven para poder ganarse la vida; aún así consiguió terminar sus estudios y ponerse a trabajar de maestro (tras sacar el número uno de su oposición) para pasar si cabe "más hambre" en los primeros años de profesión; pero siguió esforzándose y se preparó las oposiciones a Dirección sacando el número 3 de toda España y llegar así a tiempo de inaugurar el colegio Calvo-Sotelo como director. Ya lo veis, estoy hablando de mis primeros años en el colegio y, prácticamente, solo hablo de él.
En fin, llegó la segunda etapa del EGB y, como ya éramos mayores, nos desterraron a las aulas prefabricadas donde pasábamos más frío y, también, más calor que en el Centro, pero donde también empezábamos a saborear más la libertad ya que no en vano por entonces estábamos estrenando la democracia. Los profesores cambiaban más frecuentemente, ya no pasábamos tantas horas con ellos pues se iban especializando en un mayor número de materias, aunque cómo no acordarse de don Paco, don Mario, don Clodoaldo o don Andrés...; también las relaciones con los compañeros fueron cambiando, cada vez se hacían más complicadas pues ya no resultaba fácil ser el hijo del director al que algunos pensaban que le había puesto Franco en el cargo y que su única misión era regañarnos o castigarnos cuando nos portábamos mal. Ley de vida, la adolescencia supone entrar en una nueva realidad y para mí supuso despedirme de aquel sueño maravilloso que había vivido en el Calvo-Sotelo de don Fidel y comenzar una etapa distinta, lejos de su sombra protectora.
A pesar de aquellos primeros encontronazos, siempre guardé un recuerdo entrañable de mi paso por el colegio aunque no hubiera vuelto a cruzar su umbral salvo para participar en alguna votación electoral. Sin embargo, cuando a finales del 2009 murió mi padre, tratando de imponerme al dolor, o tal vez empujado por él, fui al renombrado "CEIP El Peñascal", entré y me presenté al equipo directivo que amablemente me atendieron y me mostraron aún algunas "huellas" del paso de mi padre por el centro como aquellos libros de registro, escritos a mano por él durante tantos años, y que pude hojear hasta encontrar mi nombre escrito en una de sus líneas. Sí, ahí estaba yo, aquel niño que llegó a soñar un día que el colegio era suyo...
Espero haber contribuido a la conmemoración del 50 aniversario del colegio con este escrito; sé que es una visión muy particular, también sé que, de haber vivido, mi padre hubiera participado gustosamente en esta celebración de manera mucho más significativa y apropiada; impecable, como aquél libro de registro en el que encontré mi nombre, ejemplo de cómo él hacia siempre su trabajo; un trabajo que tan buenos frutos dio en las muchas generaciones de niños y niñas que pasaron por estas aulas bajo su dirección, porque si bien mis recuerdos infantiles no son importantes, sí lo es que en este aniversario se haga un merecido recuerdo hacia la figura y la trayectoria de don Fidel Cillanueva Cámara, director escolar.
Miguel Ángel Cillanueva de Santos
DE LOS MAESTROS-AS
De los recuerdos de nuestra infancia emerge siempre la clara figura de una maestra o de un maestro, con quien tenemos pendiente una deuda de gratitud. Suele ocurrir que tardamos mucho en darnos cuenta de su influencia benefactora, y para entonces aquellas personas que sirvieron de puente entre la familia y la sociedad, que suavizaron el desamparo de los primeros días de escuela y nos llevaron de la mano por los laberintos del abecedario y la cultura habrán desaparecido ya de nuestras vidas. Un homenaje al maestro puede servir para pagar esta deuda de gratitud. Es por ello un acto de justicia poética.
Pero también es un acto de justicia real, porque tiene que servir para llamar la atención de la sociedad hacia una profesión que, por esa inversión de prestigios que desdichadamente sufrimos, pasa inadvertida o menospreciada. Otras admiraciones más espectaculares nos hacen ser mezquinos al valorar a las personas que nos enseñaron las primeras letras, que nos obligaron, con una conmovedora paciencia, a dominar nuestra atención, tan propensa a irse por las nubes, para fijarla en el encerado o el cuaderno. Para el niño, ellos son los máximos representantes de la cultura, y, para todos, los grandes funcionarios de la Humanidad. Supieron hacernos pasar de un mundo de afectos privados a un mundo de afectos sociales, y nos convirtieron en pequeños ciudadanos, al enseñarnos las normas compartidas.
El maestro necesita autoridad para poder ejercer bien su cometido, y esa autoridad sólo puede recibirla de un generoso y constante apoyo social. Un homenaje al maestro se convierte así en una eficaz colaboración pedagógica. Y también en una demostración de inteligencia ciudadana. La sabiduría de una sociedad, su estatura ética, se demuestra en los modos de conferir prestigios o distinciones. Cuando esos reconocimientos se dan a quienes no los merecen, o dejan de darse a quien los merecía, se produce una corrupción social, un empequeñecimiento que a todos nos empequeñece. Al homenajear al maestro estamos ennobleciendo el espacio de nuestra convivencia.
A los adultos nos invade muchas veces el desaliento ante el futuro, un cierto cansancio de lo porvenir. Entonces deberíamos recordar la figura del maestro, que es el profesional de la esperanza, el incansable, humilde y magnífico cuidador del futuro. Con la misma tenacidad con que el árbol florece en primavera, él volverá a enseñar que dos por dos son cuatro. Nos convendría a todos regresar por un momento a ese ámbito animoso y cordial. Este homenaje puede servir también para reavivar nuestra esperanza.
Por todas estas razones, de justicia, de sabiduría, de propio interés, invitamos a niños y a adultos, a padres e hijos, a participar en un homenaje nacional e intergeneracional al maestro".
José Antonio Marina.
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Comentarios
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Javier Santa-Isabel el jueves 27 de enero de 2011, 19:17 hs
Magníficos artículos. Aprovecho para saludar a Miguel Angel Cillanueva con quien he estudiado en el insti y cuyo bien loado padre también fue compañero de profesión del mío.
También aprovecho la ocasión para sumarme a la alegría de la celebración de estos 50 años de historia de los que formo, aunque sea un poquito, parte. Tuve la suerte de ser el maestro de uno de los cursos de los "primerines" hace unos cuantos años, trabajé con Fern, Maria Luisa y Maria Jesús: magníficas profesionales todas ellas; les envío un caluroso recuerdo y mi agradecimiento por todo lo que aprendí.
Por si fuera poco motivo de agradecimiento también he de manifestar mi satisfación por la educación que han recibido/están recibiendo mis hijos en El Peñascal. Por ello doy las gracias a Jose María, Luis Miguel, Juanjo, Mari Carmen, Chani, Isabel, Juan Carlos el conserje, Teresa la cocinera... perdón a los que me dejo.
Bueno, que tampoco quiero aburrir ni contar mi vida: Gracias a todos por todo.
Congratulations.
Javi Santa-Isabel
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Fidel Sanz Estaire el viernes 28 de enero de 2011, 14:30 hs
Quiero mandar un fuerte abrazo a Miguel Angel Cillanueva, felicitarle por su artículo, y aprovechar para unirme al recuerdo de su padre, Don Fidel, por haber sido un hombre de elegancia moral a quien personalmente debo un gran favor, y por quien siento admiración y respeto, entre otras cosas, porque fué un superviviente.