Los botellines de leche en la escuela
Escrito por CEIP EL PEÑASCAL, domingo 23 de enero de 2011 , 20:37 hs , en 50 Aniversario

Artículo de opinión de El Adelantado 23-enero-2011

 

"Los botellines de leche de la escuela"

Construido con palabras 

Puri Bravo

 

 

El debate sobre el sabor de la leche que repartían en los colegios en la época franquista ha dividido y sigue dividiendo a generaciones de escolares segovianos. Haga la prueba. Si usted es uno de esos niños que en los recreos estaba obligado a completar su alimentación apurando el botellín de leche, saque este tema de conversación con sus amigos. Comprobará que inmediatamente unos ponen cara de asco y se marean con la mera evocación de lo que para ellos era una tortura, mientras otros se relamen y deleitan ante el recuerdo de aquella delicia. El debate está servido y con él llegará un intercambio de recuerdos de la etapa escolar, de los compañeros y profesores, de los recreos, del material, de las canciones...


Me consta que esta escena se ha repetido durante las pasadas navidades en algunas casas de personas que pertenecieron al colegio "Calvo Sotelo", hoy "El Peñascal", y seguro seguirá repitiéndose en los próximos meses, provocada por las iniciativas que se están organizando para celebrar el cincuenta aniversario de la apertura del grupo escolar construido junto a la colonia Pascual Marín. En la página web del colegio ex alumnos y profesores están compartiendo comentarios y fotos de su paso por el centro, junto a una colección antigua de panorámicas del barrio con imágenes de los años cincuenta y otras más recientes. Deseo que la colección siga creciendo porque está uniendo a muchas personas en torno a esta conmemoración y valoro los esfuerzos que con ilusión y empeño están poniendo todas las personas que colaboran en la preparación de los festejos que comienzan el lunes día 31 de enero, desde el equipo directivo hasta ex alumnos y profesores del centro. 


Revisar las fotografías antiguas me ha despertado muchos recuerdos. Para empezar tengo que decir que yo soy de las niñas que se bebían de un trago la botella de leche. ¡Me encantaba! Tengo aún en mi memoria el tintineo que producían las botellas cuando eran portadas por los pasillos del colegio y el sonido que hacían las cajas metálicas donde las llevaban al chocar contra el suelo. Para mí era un reclamo. Yo no solo me bebía mi leche sino que estaba pendiente de ver quien no quería la suya para apurármela. Después llegaba el ritual de la chapa. ¡Anda que no daba de sí la tapa metálica que cerraba la boquilla del envase! Estirábamos con las uñas hasta el infinito ese trozo de papel metálico sobre el que luego hacíamos dibujos y que usábamos para hacer relieves. Y todo eso lo hacíamos en un patio escolar que no tenía ante sí nada más que campo y las cuestas del río. ¡Aquello sí que era el reino de los niños y no los parques de Disneylandia! Cuando acababan las clases te quedabas horas y horas jugando al balón prisionero, al rescate, a pies quietos, a la semana y al fútbol porque a pesar de la educación sexista que imperaba, entonces las niñas también dábamos patadas al balón. En invierno era el lugar ideal para hacer larguísimos patinetes y, a veces, cuando empezaba el buen tiempo llegaba la caravana de algún circo y se instalaba allí, atrayendo a todos los niños que en los recreos y por la tarde iban a ver a los animales. En esos terrenos, hacia los que miraba el colegio, se fue creando el barrio de La Albuera que provocó un fortísimo incremento de matrícula escolar y en consecuencia se hizo necesaria la instalación de las aulas prefabricadas.  Nos parecían una modernidad y queríamos ir allí, aunque luego resultó que no siempre funcionaba bien la calefacción y que para llegar a clase te llenabas antes de barros. Entonces llegaron los profesores de prácticas hippiosos que nos encandilaban tocando la guitarra y cantando a la naturaleza, aparecieron en las paredes exteriores de las aulas carteles electorales con la imagen de Tierno Galván y yo tuve que decir adiós a una etapa de mi vida con la que ahora me estoy reencontrando.

Como se pueden imaginar por lo narrado, yo ya soy mayorcita.

Y es que yo fui escolar cuando los niños y las niñas estábamos separados ocupando edificios y patios distintos, cuando nos hacían creer que había un abismo entre ambos lados y que nunca debía atravesarse la barrera. Pero también es verdad que fui de las primeras niñas que, por problemas de espacio, tuvo que pasar al otro sector y, salvo la vergüenza de los primeros días, no ocurrió ninguna catástrofe. Todo lo contrario.

Yo fui escolar cuando estaban en uso palabras como parvulitos, consigna, permanencias, pretecnología. Cuando se iba al colegio los sábados por la mañana, cuando se instalaban altares en clase durante el mes de mayo, cuando se hacía caligrafía todos los días, cuando se memorizaban los contenidos, cuando el párroco don Alfio venía a visitarnos al colegio y nos daba charlas de religión, cuando preparábamos tablas de gimnasia, cuando ir al salón de actos, -que me parecía enorme- era algo muy excepcional, cuando te pasabas horas y horas jugando después de clase, cuando durante meses soñabas con una excursión que no te perdías ni muerta. 

Fui escolar cuando los nombres de todos los maestros empezaban por don. Don Fidel, doña Paulita, doña Inés, doña Isidora, doña Paquita, don Ignacio, don Paco, doña Esmeralda, doña Elisa, doña Emilia, don Mario, don Segundo, don Urbano, don Clodoaldo, don Jesús... y hasta don Pedro, el conserje, toda una autoridad. Aunque también hay que decir que casi todos tenían un apodo que corría de boca en boca entre los alumnos. Guardo especial recuerdo de la dulzura de doña Inés, de la paciencia de doña Isidora, de la comprensión de don Clodoaldo, de la peculiar elegancia de doña Emilia y de la valiente forma de enseñar que tenía en una época especialmente difícil, de cómo sabía premiar la constancia, la tenacidad y el esfuerzo doña Esmeralda ....y no se me olvidará en la vida el día en que don Mario me hizo suscriptora de la revista Paris Match para ampliar vocabulario y así me hizo ver que el mundo extranjero estaba muy cerca.

Al igual que muchas compañeras, vi por primera vez el mar durante la excursión de 8º de EGB. Pueden comprender que ese recuerdo hace que cualquier otro menos agradable que pudiera tener de mi etapa escolar pase a segundo plano.

 


 



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